Comentario
Muerte del adelantado Francisco de Garay
Pedro de Vallejo avisó a Cortés de la llegada y armada de Garay en cuanto la vio, y después de lo que con él había pasado, para que proveyese con tiempo de más compañeros, municiones y consejo. Cortés, cuando lo supo, dejó las armadas que hacía para Higueras, Chiapanac y Cuahutemallan, y se preparó para ir a Pánuco, aunque malo de un brazo. Y ya cuando pensaba partir, llegaron a México Francisco de las Casas y Rodrigo de Paz, con cartas del Emperador y con las provisiones de la gobernación de la Nueva España y todo lo que hubiese conquistado, y señaladamente a Pánuco. Por las cuales no fue; mas envió a Diego de Ocampo, su alcalde mayor, con aquella provisión, y a Pedro de Albarado con mucha gente. Anduvieron en demandas y respuestas Garay y Ovando: uno decía que la tierra era suya, pues el Rey se la daba; otro que no, pues el Rey mandaba que no entrase en ella teniéndola poblada Cortés, y tal era la costumbre en indias; de suerte que la gente de Garay padecía entre tanto, y deseaba la riqueza y abundancia de los contrarios, y hasta perecía en manos de los indios, y los navíos se comían en broma y estaban en peligro de fortuna; por lo cual, o por negociación, Martín de San Juan, guipuzcoano, y un tal Castromocho, maestres de naos, llamaron a Pedro de Vallejo secretamente y le dieron las suyas. Él, cuando las tuvo, requirió a Grijalva que surgiese dentro del puerto, según usanza de marineros, o se fuese de allí. Grijalva respondió con tiros de artillería; mas como volvió Vicente López, escribano, a requerirle otra vez, y vio que las otras naves entraban por el río, surgió en el puerto con la capitana; lo prendió Vallejo, mas luego lo soltó Ovando, y se apoderó de los navíos, que fue desarmar y deshacer a Garay; el cual pidió sus navíos, y gente mostrando su provisión real y requiriendo con ella, y diciendo que se quería ir a poblar en el río de Palmas; y se quejaba de Gonzalo de Ocampo, que le habló mal del río de Palmas, y de los capitanes del ejército y oficiales de concejo, que no le dejaron poblar allí al desembarcar, como él quería, por no trabar más pasión con Cortés, que estaba próspero y bienquisto. Diego de Ocampo, Pedro de Vallejo y Pedro de Albarado le persuadieron de que escribiese a Cortés en concierto, o se fuese a poblar en el río de las Palmas, pues era tan buena tierra como la de Pánuco, que ellos le devolverían los navíos y hombres, y le abastecerían de vituallas y armas. Garay escribió y aceptó aquel partido; y allí se pregonó después que todos se embarcasen en los navíos que fueron, bajo pena de azotes al peón, y a los demás de las armas y caballos, y que los que habían comprado armas, se las devolviesen. Los soldados, cuando vieron esto, comenzaron a murmurar y a rehusar; unos se metieron tierra adentro, a los que mataron los indios, y otros se escondieron; y así se disminuyó mucho aquel ejército. Los demás echaron por achaque que los navíos estaban podridos y abromados, y dijeron que no estaban obligados a seguirle más que hasta llegar a Pánuco, ni querían ir a morir de hambre, como habían hecho algunos de la compañía. Garay les rogaba no le desamparasen, les prometía grandes cosas, les recordaba el juramento. Ellos a hacerse los sordos; anochecían y no amanecían, y hubo noche en que se le fueron hasta cincuenta. Garay, desesperado con esto, envió a Pedro Cano y a Juan Ochoa con cartas a Cortés, en las que le encomendaba su vida, su honra y remedio, y en cuanto tuvo respuesta se fue a México. Cortés mandó que le proveyesen por el camino, y le hospedó muy bien. Capitularon después de haber dado y tomado muchas quejas y disculpas, que casase el hijo mayor de Garay con doña Catalina Pizarro, hija de Cortés, niña y bastarda; que Garay poblase en las Palmas, y Cortés le proveyese y ayudase; y se reconciliaron en grande amistad, Fueron ambos a maitines la noche de Navidad del año 1523, y almorzaron después de la misa con mucho regocijo. Garay sintió después dolor de costado con el aire que le dio saliendo de la iglesia; hizo testamento, dejó por albacea a Cortés, y murió quince días después; otros dicen que cuatro. No faltó quien dijese que le habían ayudado a morir, porque habitaba con Alonso de Villanueva; pero esto era falso, pues murió de mal de costado, y así lo juraron el doctor Ojeda y el licenciado Pero López, médicos que lo asistieron. Así acabó el adelantado Francisco de Garay, pobre, descontento, en casa ajena, en tierra de su adversario, pudiendo, si se hubiese contentado, morir rico, alegre, en su casa, al lado de sus hijos y mujer.